Poetas ingleses siglo XIX

Jhon Keats (Londres 1795-Roma 1821)


Os presento la célebre “Oda a una urna griega” y las distintas interpretaciones posteriores que sobre los versos finales ha recogido Juan V. Martínez Luciano. Los versos finales aludidos dicen: “La belleza es verdad, y la verdad belleza/-Todo eso y nada más habéis de saber en la tierra”.

ODA SOBRE UNA URNA GRIEGA
I
Esposa de la calma, todavía intacta,
tu, hija adoptiva del silencio y del tiempo,
narradora del bosque que relatar puedes
historias floreadas más dulces que mis versos,
¿qué leyenda de hojas floreadas se congrega
en torno a tu figura: dioses, mortales, o ambos,
en Tempe o en los valles de la Arcadía? ¿Qué hombres,
qué dioses son éstos? ¿Qué esquivas doncellas?
¿Qué acoso enloquecido? ¿Y qué lucha por zafarse?
¿Qué flautas y panderos? ¿Y qué delirante éxtasis?



II
Son dulces las melodías que oímos, y aún más dulces
las que nunca escuchamos; seguid, pues, tocando,
suaves caramillos, las más apreciadas
por el espíritu, no el oído, canciones inaudibles.
Bello joven, no dejes morir tu canto
bajo esos árboles nunca desnudos.
Osado amante, que nunca puedes besar por mucho
que a la meta te acerques, pero no te aflijas:
tu amada no se mustia, aunque no logres tu dicha,
!la amarás para siempre, y para siempre será hermosa!

III
!Ah, ramas venturosas que no perdéis
las hojas ni decís adiós a la Primavera!
!Ah, feliz melodista que infatigable
entonas con tu flauta siempre canciones nuevas!
!Amor aún más alegre, amor aún más dichoso,
eternamente cálido, en espera de su gozo,
para siempre anhelante, y joven para siempre!
Exhalando hacia lo alto toda pasión,
que deja al corazón hastiado y abatido,
la frente ardorosa, y la lengua reseca.

IV
¿Quiénes son estos que van al sacrificio?
¿A qué altar verdecido, sacerdote misterioso,
conduces esa vaquilla, de lomos sedosos,
adornados de guirnaldas, que muge hacia el cielo?
¿Qué pueblo construido a la orilla del río,
del océano o del monte, ciudadela pacífica,
se vacía de gentes esta mañana piadosa?
Y tus calles, pequeña ciudad, ya para siempre
quedarán en silencio, pues no volverá un alma
que pueda decir por qué estás desolada.

V
!Oh, ática figura! !Oh, noble actitud! Hombres
y doncellas de mármol como adorno esculpidos,
con ramas del bosque y maleza pisada;
tú, forma silenciosa que a la razón hostigas,
como la eternidad. !Pastoral impasible!
Cuando la vejez a nuestra generación consuma,
sobrevivirás entre la angustia de otros,
tú, amiga de los hombres, a los que siempre dices:
“La belleza es verdad, y la verdad belleza
-Todo eso y nada más habéis de saber en la tierra.”


“Hasta cinco interpretaciones distintas han ofrecido los críticos de estos dos versos que cierran el poema: (1) ambos versos son “dichos” por la urna a la humanidad; (2) ambos versos son “dichos” por el poeta; (3) ambos versos son “dichos” por el poeta a las figuras que aparecen en la urna; (4) la frase “La belleza es verdad, y la verdad belleza” es “dicha” por la urna, y el resto por el poeta que se dirige a sus lectores; y (5), la frase “La belleza es verdad, y la verdad belleza” es “dicha” por la urna, y el resto por el poeta que se dirige no a sus lectores, sino a la humanidad”
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ODA A UN RUISEÑOR
Me duele el corazón y un pesado letargo
aflige a mis sentidos, tal si hubiera bebido
cicuta o apurado un opiato hace sólo
un instante y me hubiera sumido en el Leteo:
y esto no es porque tenga envidia de tu suerte,
sino porque feliz me siento con tu dicha
cuando, ligera dríade alada de los árboles,
en algún melodioso lugar de verdes hayas
e innumerables sombras
brota en el estío tu canto enajenado.

¡Oh, si un trago de vino largo tiempo enfriado
en las profundas cuevas de la tierra
que supiera a Flora y a la verde campiña,
canciones provenzales, sol, danza y regocijo;
oh, si una copa de caliente sur,
llena de la mismísima, ruborosa Hipocrene,
ensartadas burbujas titilando en los bordes,
purpúrea la boca: si pudiera beber
y abandonar el mundo inadvertido
y junto a ti perderme por el oscuro bosque!

Perderme a lo lejos, deshacerme, olvidar
que entre las hojas tú nunca has conocido
la inquietud, el cansancio y la fiebre
aquí, donde los hombres tan sólo se lamentan
y tiemblan de parálisis postreras, tristes canas,
donde crecen los jóvenes como espectros y mueren,
donde aun el pensamiento se llena de tristeza
y de desesperanzas, donde ni la Belleza
puede salvaguardar sus luminosos ojos
por los que el nuevo amor perece sin mañana.

¡Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti.
No me conducirán leopardos de Baco
sino unas invisibles y poéticas alas;
aunque torpe y confusa se retrase mi mente:
¡ya estoy contigo! Suave es la noche
y tal vez en su trono aparezca la luna
circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz, salvo la que acompaña
desde el cielo el soplo de la brisa cruzando
el oscuro verdor y veredas de musgo.

No puedo ver qué flores hay a mis pies
ni el blando incienso suspendido en las ramas,
pero en la embalsamada oscuridad presiento
cada uno de los dones con los que la estación
dota a la hierba, los árboles silvestres, la espesura:
pastoril eglantina y blanco espino,
violetas marcesibles recubiertas de hojas
y el primer nuevo brote de mediados de mayo,
la rosa del almizcle rociada de vino,
morada rumorosa de moscas en verano.

A oscuras escucho. Y en más de una ocasión
he amado el alivio que depara la muerte
invocándola con ternura en versos meditados
para que disipara en el aire mi aliento.
Ahora más que nunca morir parece dulce,
dejar de existir sin pena a medianoche
¡mientras se te derrama afuera el alma
en semejante éxtasis! Seguiría tu canto
y te habría escuchado yo en vano:
a tu requiem conviene un pedazo de tierra.

¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal!
No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche
fue oída en otros tiempos por reyes y bufones;
tal vez fuera este mismo canto el que una senda
encontró en el triste corazón de Ruth, cuando
enferma de añoranza, se sumía en el llanto
rodeada de trigos extranjeros,
la misma que otras veces ha encantado mágicas
ventanas que se abren a peligrosos mares
en prodigiosas tierras ya olvidadas.

¡Olvidadas! El mismo tañer de esta palabra
me devuelve, ya lejos de ti, a mi soledad.
¡Adiós! La Fantasía no consigue engañarnos
tanto, duende falaz, como dice la fama.
¡Adiós! Tu lastimero himno se desvanece
al pasar por los prados vecinos, el tranquilo
arroyo y la colina; ahora es enterrado
en los calveros del cercano valle.
¿He soñado despierto o ha sido una visión?
Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?

traduccción Rafael Lobarte

Samuel Talor Coleridge (21 de octubre de 1772 - 25 de julio de 1834),
Sobre Kubla khan
Kubla Khan es un poema escrito por Coleridge que toma su nombre del emperador mongol y chino, Kublai Khan (1215-1294), y en la primera línea se menciona un palacio que fue efectivamente construído por orden de este emperador. Este hombre pudo tener relevancia internacional porque Marco Polo habla de él en una de sus obras, donde afirma que llegó incluso a ser consejero de Kublai.

EN Xanadú, Kubla Khan
mandó que levantaran su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado,
por cavernas que nunca ha sondeado el hombre,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.
Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos,
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercando los rincones de verde soleado.

¡Oh sima de misterio, que se abría
bajo la verde loma, cruzando entre los cedros!
Era un lugar salvaje, tan sacro y hechizado
como el que frecuentara, bajo menguante luna,
una mujer, gimiendo de amor por un espíritu.
Y del abismo hirviente y con fragores
sin fin, cual si la tierra jadeara,
hízose que brotara un agua caudalosa,
entre cuyo manar veloz e intermitente
se enlazaban fragmentos enormes, a manera
de granizo o de mieses que el trillador separa:
y en medio de las rocas danzantes, para siempre,
lanzóse el sacro río.
Cinco millas de sierpe, como en un laberinto,
siguió el sagrado río por valles y collados,
hacia aquellas cavernas que no ha medido el hombre,
y hundióse con fragor en una mar sin vida:
y en medio del estruendo, oyó Kubla, lejanas,
las voces de otros tiempos, augurio de la guerra.

La sombra de la cúpula deliciosa flotaba
encima de las ondas,
y allí se oía aquel rumor mezclado
del agua y las cavernas.
¡Oh, singular, maravillosa fábrica:
sobre heladas cavernas la cúpula de sol!

Un día, en mis ensueños,
una joven con un salterio aparecía
llegaba de Abisinia esa doncella
y pulsaba el salterio;
cantando las montañas de Aboré.
Si revivir lograra en mis entrañas
su música y su canto,
tal fuera mi delicia,
que con la melodía potente y sostenida
alzaría en el aire aquella cúpula,
la cúpula de sol y las cuevas de hielo.
Y cuantos me escucharan las verían
y todos clamarían: «¡Deteneos!
¡Ved sus ojos de llama y su cabello loco!
Tres círculos trazad en torno suyo
y los ojos cerrad con miedo sacro,
pues se nutrió con néctar de las flores
y la leche probó del Paraíso».

(Versión de Màrie Montand)




BORGES: EL SUEÑO DE COLERIDGE
En 1797, según nos cuenta Borges, Coleridge se vio obligado una noche a tomar un hipnótico debido a una indisposición, y el sueño lo venció tras la lectura de un libro de Purchas, historiador inglés, que contaba la edificación de un palacio por orden de Kublai Khan, el emperador cuya fama en Occidente procuró Marco Polo. Debido a un supuesto consumo de opio, Coleridge empieza a tener visiones en su sueño que se le representan claramente en palabras y despierta con la sensación de que le ha llegado o ha compuesto en sueños un poema de unos trescientos versos. Lo recordó y pudo transcribir un fragmento pero se vio interrumpido por una visita inesperada de alguien que le obligó a dejar el poema inconcluso. Todo estos sucedía en 1797, pero no sería hasta 1816 cuando, gracias a Byron, se publicó este poema de Coleridge.
Veinte años después de su publicación, apareció en París, fragmentariamente, la primera versión occidental de una de esas historias universales en que la literatura persa es tan rica, el Compendio de Historias de Rashid ed Din, que data del siglo XIV. En una página se lee: "Al este de Shang tu, Kubla Khan erigió un palacio, según un plano que había visto en un sueño y que guardaba en la memoria". Quien esto escribió era visir de Ghazan Mahmud, que descendía de Kubla.

Es decir:

Un emperador mongol, en el siglo XIII, sueña un palacio y lo edifica conforme a la visión; en el siglo XVIII, un poeta inglés que no pudo saber que esa fábrica se derivó de un sueño, sueña un poema sobre el palacio. Confrontadas con esta simetría, que trabaja con almas de hombres que duermen y abarca continentes y siglos, nada o muy poco son, me parece, las levitaciones, resurrecciones y aparciones de los libros piadosos.

El resto, elegir creer que fue una coincidencia del azar o que, efectivamente, el movimiento de alas de una mariposa lejana sí puede producir algún tipo de efecto al otro lado, es algo que corresponde a cada uno.

Del palacio sólo quedaron ruinas y del poema apenas pudieron rescatarse 5o versos. Borges, Byron y otros muchos quedaron encandilados por este caso. Y yo duermo pensando en él muchas noches. La circularidad del tiempo, el eterno retorno. Es bonito pensar que sí existe, hasta que alguien demuestre lo contrario.